Me di cuenta que estaba sensible cuando el cajero del banco casi me hace llorar.
Como pude me tragué las lágrimas, lo miré con cara de superada -y sobradora-; con la típica sonrisa irónica que pongo en esas situaciones.
Más tarde, reflexionando, me di cuenta que la conversación había tenido un tono de amante despechada- victimario.
Pensé en por qué aguanté las lágrimas y yo misma me contesté: para no mostrarme débil, vulnerable frente a él. No entiendo esta clase de ocultamiento, pero se debe a que la mayoría asociamos debilidad con sentimentalismo, cuando en realidad hay que ser muy valiente para mostrarse así frente a los demás -y cuando eso finalmente sucede es muy liberador.-
Pude darme cuenta -y el cajero lo confirmó después- que no se sentía bien, yo fui simplemente su blanco. Como toda historia de “amor” hubo resarcimiento: al otro día cuando estuvimos nuevamente frente a frente no tomó revancha, incluso votó a mi favor y agradecí ese comportamiento con una mirada cómplice, esta vez no volví a ser su blanco (ni él el mío).
Muchas veces son otros los destinatarios de estas injurias, pero azarosamente son escuchadas por los oídos equivocados.
En tu imaginación ves a ese ser como una pantalla en blanco donde proyectás los odios, frustraciones y rencores cotidianos.
Por suerte todavía creo en el poder del resarcimiento. Todas las mañanas el boletero del micro me dice “buen día linda”, se lo dice a todas, pero yo por cinco minutos me lo tomo personal. Un chico evita que sea aplastada por un 60 (por no mirar para los dos lados). Creo en la gente cuando el taxista, aún dándose cuenta de que puede pasearme por toda la ciudad de buenos aires, me lleva directo a donde quiero (y de paso me cuenta alguna de esas anécdotas graciosas).Cuando el cajero del súper me regala ocho centavos y me guiña el ojo; cuando una chica me regala una carilina en pleno viaje de subte.
Cuando sabés que tenés que abrazarme
y
nada más.
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