miércoles, 25 de agosto de 2010

verde esperanza

No te conozco, pero sin embargo siento que puedo verte.
Inventás excusas baratas para acompañarme y aunque sean unas pocas cuadras es la mejor manera de coronar un día largo, de mucha oficina, psicoanálisis y smog.
Esas cuadras me dieron tranquilidad, el aire estaba un poco más cálido,

las calles desoladas y el silencio por un momento nos invadió,
a diferencia de otras veces no me incomodó.
Creo que si uno lo puede compartir sin tratar de llenarlo con palabras vacías es una buena señal.
Nos despedimos, y tengo esa bendita costumbre de deslizar mi mano con la tuya, ese gesto es símbolo de que no me quiero ir.

Empezamos a caminar para lados distintos, pero sé que en realidad pensamos lo mismo,
la sonrisa se me iba dibujando y de repente tuve ganas de saltar,
fui conciente de que sentía lo más parecido a la felicidad,
esa que nos esquiva pero que a veces nos coquetea, esa que sentimos inalcanzable pero que en muchos momentos está al alcance de la mano,
ahí

sólo a unas cuadras de distancia.

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